I thoroughly enjoyed this piece titled, "Sociology, does it have mothers?" by Piere Tripier and Victor Zúñiga. If you can't read Spanish, the English Google translation is a good one. The answer is a resounding "yes!"
I so appreciate this critique of a discipline that has been overwhelmingly androcentric, meaning that it is based on and overwhelmingly privileges male voices and perspectives. I really liked this insight:
"Tristán launches this thesis: for oppression to work it is essential that it have an institutional base; In other words: oppression endures because it is based on a legal, ideological, pragmatic and axiological gear that turns it into a solidified social fact . Thus, Tristán realizes that it is not oppression per se that must be analyzed, but rather the institutional conditions of its permanence and legitimacy."
Conceived in this manner, oppression is symptomatic of larger institutional conditions. White supremacy and patriarchal, heterosexist symbolic orders and ideologies are the kinds of things that come to mind.
Almost my entire Ph.D. in Sociology at Stanford was based on androcentric knowledge production. I hope that new generations of scholars will take these critiques to heart. Thanks to my dear friend and colleague, Dr. Victor Zúñiga, for sharing this truly wonderful and enlightening piece.
-Angela Valenzuela
La sociología, ¿tiene madres? Sociology, does it have mothers?" y Piere Tripier and Victor Zúñiga
En la reseña al libro (Zúñiga, 2002), se argumenta que el relato de Péquignot y Tripier se distingue de las narrativas canónicas en varios sentidos. Uno de ellos es que, para los autores, no hay historia lineal de la sociología; esta no nació en un lugar, ni bajo el manto de una escuela de pensamiento. Cuando se establecen estas líneas de continuidad, se acomodan las piezas teleológicamente post facto para que parezca que tienen una secuencia más o menos coherente. Es como cuando uno lee en las vulgatas sociológicas que hay estructuralismos y luego funcionalismos, pero antes había materialismos históricos y luego interaccionismos simbólicos; motes que se adoptan teleológicamente para aparentar que hay un orden en el devenir de la disciplina. En la reseña se afirma que los autores de Les fondements demuestran que la sociología no tiene genealogías, ni linajes, ni estructuras de parentesco. La sociología nació de diferentes maneras, en un lado y en otro, de manera simultánea y empalmada, muchas veces gracias al trabajo de personas que ni siquiera tenían la intención de fundar una disciplina científica. Y nació además para dar respuesta a inquietudes y dilemas de muy diferente naturaleza. No es, por tanto, fruto de una transformación revolucionaria, ni de un cataclismo social, ni del malestar de las sociedades o del desmoronamiento de las formas precapitalistas de producción. Nació, como lo afirmaba desparpajadamente Edward Shils en 1970, como un agregado heterogéneo de temas que posteriormente se acomodaron juntos para darles una cierta congruencia y vincularlos a una cierta tradición de pensamiento, pero nada de eso hizo, según Shils, que estuviesen vinculados a algunos “monumentos académicos” o a “ciertas figuras clásicas”.
La sociología, para Péquignot y Tripier, nació con la obra de Quetelet, de Park, Pareto, Gamio, Mead, Burgess, Znanieki, Thomas, Cardoso, Germani, en fin, la disciplina es y ha sido lo que l@s sociólog@s han hecho y seguirán haciendo. La frase escrita por Tripier para el primer capítulo de la nueva versión de Les fondements lo dice todo: “La sociología es lo que hacen los sociólogos”.
Les fondements aclara además que la multiplicidad de orígenes se vincula con la diversidad de enfoques. Lo que Péquignot y Tripier sostienen es que, en cada uno de los “nacimientos” de la sociología, los “fundadores” se ampararon en una disciplina científica más antigua para utilizarla como modelo y pie de casa. Así Pareto con la ingeniería, Tocqueville con las ciencias jurídicas, Mead con la neurología, Simmel con la geometría, Durkheim y Spencer con la biología, etc. Pero no solamente echaron mano de disciplinas más antiguas, sino que estas moldearon el futuro de la disciplina, esto es, las herencias disciplinarias se convirtieron en enfoques que perduran hasta el día de hoy, haciendo que la sociología NO se haya constituido en un cuerpo orgánico de conocimientos como pretenden serlo la lingüística, la economía o la demografía. La sociología, como lo observó Szacki en 1982, nunca ha poseído un mínimo de homogeneidad metodológica o teórica; es genéticamente heteróclita.
Bueno, hasta aquí hemos sintetizado la obra y la reseña a la obra. Ahora viene el asunto que nos ocupará. Cierto, la contribución de la obra de Péquignot y Tripier era contundente hasta que empezaron a recibir observaciones de las sociólogas. Sin rodeos, les comunicaron que el libro -ciertamente innovador- era perturbadoramente androcéntrico. Bueno, esto dolió y, por eso, nos pusimos a la tarea de reducir el androcentrismo. Empezamos en 2013 y terminamos justo apenas en 2020.[1]
Encontramos una solución que nos parecía sencilla al principio, pero luego se fue haciendo cada vez más compleja. Lo que hicimos fue salirnos de las definiciones estandarizadas de “sociólog@s” y “sociologías” para admitir en el “Panteón” de la disciplina a los productores de ciencias sociales que no han sido legitimados, beatificados o reconocidos. A tod@s ell@s las reunimos en una categoría que resultó, creemos, fructífera; la de “protosociologías”. Ahí podían estar individuos que por sus contribuciones hicieron aportaciones valiosas para darle nacimiento a las ciencias sociales. Fue así como fabricamos un capítulo nuevo del libro que lleva por título: “Para ampliar el Panteón, entran en escena las protosociologías”. Y empezamos por darle un lugar privilegiado a Ibn Khaldûn, a Maquiavelo, a Bernardino de Sahagún. El primero elaboró una sociología histórica sofisticada para comprender el nomadismo, el segundo inauguró una sociología pragmática al servicio del poderoso concebido este como artesano del estado/nación, a su vez que el tercero creó las condiciones para la comprensión descentrada de mundos sociales no euro-cristianos (el mundo mesoamericano). Pudimos haber seguido con esta tarea, incluyendo por ejemplo a Confucio, a Sun Tzu o inclusive a un protosociólogo inevitable como Tucídides, pero tuvimos que tomar una decisión práctica: la nueva versión del libro publicado en 2000 no debía rebasar el tamaño propio de los libros de introducción a los orígenes de la disciplina. Un manual muy voluminoso inhibe la lectura.
Trabajando el capítulo de las protosociologías – ¡por fin entramos en materia! – decidimos incluir las contribuciones de dos protosociólogas; de esta manera logramos reducir el grado de androcentrismo que caracterizaba el volumen. ¿Cómo elegimos a estas autoras? Ningún procedimiento racional utilizamos, las seleccionamos porque sus contribuciones nos fascinaron. De hecho, en una búsqueda por internet el lector podrá encontrar el “calendario de las madres de la sociología”, el sitio de “las pensadoras de la sociedad”, el artículo sobre “las pioneras de la sociología de Estados Unidos” y el listado de las “primeras sociólogas de Argentina”. Nosotros elegimos dos: a Flora Tristán (1803-1844) y a Beatrice Webb (1858-1943). La primera no aparece en los listados disponibles en internet, ni en los rankings de fundadoras, mientras que la segunda goza de reconocimiento en casi todos los sitios.
Vamos a empezar, en apego al orden cronológico, con Flora Tristán quien nos ofreció en su corta vida una sociología de la opresión y probablemente la primera sociología del sometimiento al que están sujetas las mujeres. Ella nació en Francia, hija de padre peruano y madre francesa. Los detalles biográficos (su “divorcio” en una época en la que estaba prohibido en Francia, la concomitante lejanía de sus hijos, la pérdida de la herencia paterna, su trabajo como doméstica para un matrimonio británico, el modo como casi fue asesinada por el hombre que legalmente seguía siendo su marido, el desprecio que recibió de parte de su familia paterna, etc.) los dejamos de lado para privilegiar sus contribuciones al nacimiento de la sociología de la opresión. La obra de Tristán no es abundante y además es heterogénea: incluye un largo escrito autobiográfico -publicado en dos tomos- en el que mezcla el diario íntimo con los relatos de viaje y que tiene un título afortunado: Peregrinaciones de una paria. Escribe un ensayo político muy al estilo de los manifiestos de la época (Tour de Francia, estado actual de la clase obrera), una novela que según Vargas Llosa no amerita ni siquiera ser hojeada, dos manuscritos de acción política, ambos dirigidos a la Cámara de Diputados (La necesidad de darle la bienvenida a las mujeres extranjeras y Petición por la abolición de la pena de muerte) y un reporte de investigación sociológica al que le pusieron un título horrible: Paseos por Londres. Toda la producción de Tristán se ubica entre 1935 y 1942. El segundo tomo de su Peregrinación aparece después de la muerte de la autora. Antes de morir, Tristán logra publicar su libro probablemente más representativo: La Unión Obrera, que contiene un capítulo sobre la sumisión a la que han estado condenadas las mujeres.
Tristán ahora es un personaje a quien muchas historiadoras feministas, especialmente francesas y peruanas, quieren reivindicar como la pionera del feminismo en el mundo. Algunas inclusive se indignan por el hecho que, por décadas, ella no era más que la abuela de Paul Gauguin mandando al olvido a esta “mujer extraordinaria” (Vidal y Reck, 2008). Contemporánea de los “padres canónicos de la sociología” (Marx, Engels, Comte, Tocqueville y Saint-Simon), nunca atrajo la atención de ninguno de ellos a pesar de que el fundador del partido socialista francés (Charles Fourier) no dejaba de expresar su admiración por ella.
Para no rebasar el tamaño apropiado de este ensayo, centraremos la atención en tres extraordinarias contribuciones de la autora. La primera contribución aparece en los dos tomos de su Peregrinaciones. Ahí Tristán narra su estancia en Arequipa y en Lima conociendo a sus tíos, sus primos y demás parientes paternos. El propósito de esta estancia era recuperar la herencia que le habría dejado su padre (lo que no logró). A lo largo de este tiempo, Tristán entró en contacto más estrecho con dos formas de sumisión: la esclavitud y la opresión a las mujeres. En un pasaje importante de la narración, ella, quien había sufrido las consecuencias de un “divorcio” inaceptable en Francia, dialoga con Carmen, una de sus primas de Arequipa y ambas coinciden que el matrimonio es una forma de esclavitud, un “infierno”, una “tiranía”. Como Carmen ignora que Florita había estado casada, por ello pensó que su prima no sabía lo que el yugo matrimonial significaba. Pero Flora empezaba a redondear su análisis comparando lo que estaba observando en Arequipa y lo que había ella vivido en Francia. Así que, al término de la conversación con Carmen, Tristán lanza esta tesis: para que la opresión funcione es indispensable que tenga una base institucional; dicho en otras palabras: la opresión perdura porque se fundamenta en un engranaje jurídico, ideológico, pragmático y axiológico que la convierte en un hecho social solidificado. Así pues, Tristán se da cuenta de que no es la opresión per se la que hay que analizar, sino las condiciones institucionales de su permanencia y legitimidad.
Esta primera intuición sociológica se refuerza con el caso de otra prima, Dominga, quien, a diferencia de Carmen, nunca estuvo casada, pero no por eso se emancipó de las condiciones institucionales de la opresión. Dominga, para su mala fortuna, se enamora a los 16 años de un aventurero joven español que estaba de paso por Arequipa. El joven la seduce y le promete matrimonio. Pero pasa el tiempo y nunca regresa. El destino de Dominga ya estaba marcado por las condiciones de opresión: la encierran en un convento de Arequipa, en donde estuvo enclaustrada por once años. La historia de la monja era del conocimiento público porque Dominga enloqueció. Tristán conoce la historia y entristecida se queda intrigada con la historia. Así es como empieza a actuar como socióloga. Les pide a sus primas que la lleven al convento de Santa Rosa. Pide autorización a la Madre Superiora de enclaustrarse por unos días viviendo en la celda en la que vivió su prima Dominga. Ahora diríamos que utilizó la metodología de observación participante. ¿Qué descubrió?, a) el proceso de destrucción del yo (en palabras de ella: “el amor propio herido”; b) la uniformización y catalogación indumentaria siguiendo los códigos jerárquicos del Virreinato (basados en la cuna, los títulos, el color de la piel y la fortuna); c) el papel de los símbolos solemnes y terroríficos; d) la rutinización extrema del tiempo, la que no deja ni un segundo al libre albedrío; e) la privación que conduce a enfermedades físicas y mentales; f) la codificación del espacio: celda, jardines, refectorio, tumbas; g) el sistema implacable de prohibiciones y h) la vida social destrozada por la murmuración, la calumnia, las envidias perversas, los celos y las más crueles malicias. Bueno, decimos nosotros, si no nos aclaran quien es la autora, uno pensaría que el estudio sobre el convento femenino lo habría hecho Erwin Goffman. Así, en 1834, Tristán descubre que las condiciones institucionales de la opresión están en el divorcio prohibido y en el matrimonio, pero de manera aún más cruel en las instituciones totales como conventos, prisiones, cuarteles, hospitales psiquiátricos.
La tesis de las condiciones institucionales legítimas se complementa gracias a la estancia que Tristán hizo en Lima. En esa ciudad descubre para su asombro que si dichas condiciones se modifican, las mujeres gozan de autonomía: “Las mujeres de Lima gobiernan a los hombres porque son superiores a ellos en inteligencia y en fuerza moral… Después de que acabé de escribir sobre las costumbres y hábitos de las limeñas, uno puede caer en la cuenta de que ellas deben de pertenecer a otro orden social, diferente al de las europeas quienes, desde su infancia, son esclavas de las leyes, de las costumbres, de los prejuicios, de las modas, en fin, de todo, mientras que las limeñas, bajo su saya, son libres y gozan de su independencia”. Este descubrimiento (el orden social es otro) se refuerza inmensamente cuando Flora, por fortuna, conoce a Francisca Zubiaga y Bernales, esposa del presidente de Perú y conocida como Doña Pancha la Mariscala. Flora queda prendada de esa figura y descubre que, si las condiciones institucionales legitimadoras se combaten, se modifican, se invierten, la suerte de las mujeres cambia. Como se lo diría Doña Pancha: “me parece querida Florita que si tu curiosidad no llegó hasta la indómita, feroz, terrible Doña Pancha [tus escritos quedarían inconclusos)”.
Tristán deja Perú en 1834. Y en 1839, cinco años antes de su muerte, realiza su investigación de campo en Londres en donde demuestra que ya es una investigadora consolidada. Este estudio es la segunda contribución que queremos resaltar. Si el lector se toma el cuidado de comparar la monografía de Engels[2] sobre la clase obrera en Inglaterra (publicada 5 años después del estudio de Tristán), descubrirá por qué el reporte de Tristán es el de una socióloga y el de Engels es una monografía aderezada con ideologías. Susan Grogan (1998) define el rasgo metodológico del estudio de Tristán en Londres con mucha precisión: el trabajo sociológico de Tristán descansa en su capacidad de “ver directamente” (“rely on seeing in person”) y de escuchar lo que tienen que decir los sujetos y examinar las condiciones dentro de las cuales los actores sociales viven y las estructuras sociales que modelan sus vidas y cómo sus vidas son modeladas por esas estructuras.
Tristán observa las fábricas, habla con los obreros, discute con los capataces en Birmingham, Manchester, Glascow, Sheffields y Staffordshire; hace recorridos por los barrios más pobres de Londres (en donde viven y mueren los irlandeses), se las arregla para entrar al Parlamento (vestida de hombre), toma nota sobre la educación diferenciada que reciben las damas de la alta sociedad y hace varias observaciones en los elegantes casinos de prostitución para la naciente y caprichosa burguesía inglesa, pero también hace recorridos en los barrios en donde ofrecen sus servicios las prostitutas a los obreros. Todo lo que observa la conduce a concluir: la opresión infringida a los obreros industriales es aún peor que la que sufren los esclavos. Autores ingleses la critican afirmando que ella había escrito todo eso para desacreditar a la sociedad británica. Ella les contesta en una nota a pie de página en la tercera edición de su Paseos por Londres diciéndoles que todo lo que afirma en la obra está documentado, es el resultado de una observación minuciosa y que, cuando tenía dudas, contrastaba documentación auténtica para aquilatar las diferentes versiones. En pocas palabras, Tristán les responde: seguí una metodología que permitía disciplinar la observación.
Un año después, Tristán inicia la redacción de su Unión Obrera, en la que plantea las bases de su sociología de la opresión en general y de la opresión contra las mujeres en particular. Esta es la tercera contribución que queremos incluir en esta síntesis. La gran tesis que sostiene es: la opresión de las mujeres está fundada en una teoría social falsa. Sin embargo, observa que no bastan estas condiciones ideológicas que sobajan a las mujeres para que el sojuzgamiento se perpetúe. Las teorías falsas son eficaces solo si se encarnan en estructuras cotidianas. Las formas cotidianas analizadas por la autora son: el hogar, la taberna, la iglesia, la escuela, la calle. Solamente rompiendo estas ataduras rutinarias, las mujeres pueden emanciparse y, según ella, ayudar a los trabajadores hombres a emanciparse también de sus cadenas.
Beatrice Webb (nacida Potter) es la autora de una obra que está pensada para “explicarles a los poderosos lo que es el pueblo y explicarle a todos lo que son las instituciones”. Su obra es una tentativa por explicar, dibujar, ilustrar ciertos espacios sociales que muchos miembros de la sociedad definen a partir de clichés y estereotipos. Dicho de manera más directa, su trabajo es un esfuerzo permanente por explicarle a los poderosos cómo es la vida de los trabajadores, de sus condiciones de vida, de sus aspiraciones y de sus organizaciones. Este objetivo la condujo a estudiar lo que en su momento se consideraba el paraíso de la clase obrera (la Unión Soviética) para mostrar lo que el proletariado era capaz de hacer.
En pocos años, la Webb se convirtió en una maestra de las encuestas y una observadora aguda de la vida de los obreros. La primera encuesta (sobre el London East End) es una muestra de su extraordinario trabajo como socióloga. En ella estudia las condiciones de vida de los inmigrantes judíos que estaban llegando a Londres a finales del siglo XIX. Décadas después, Webb reflexiona sobre esta encuesta pionera: “Antes de esa encuesta, ni los individualistas, ni los socialistas podían concluir algo justo sobre las condiciones de vida del pueblo de Gran Bretaña. Sus controversias estaban basadas en meras especulaciones. Y si la combinación sutil de análisis cuantitativos y cualitativos es algo indispensable para conocer las sociedades, es muy posible que el programa de trabajo de Charles Booth que exige una verificación estadística minuciosa de los datos obtenidos en hogares singulares y de organizaciones sociales, se convertirá en el fundamento indispensable de las ciencias sociales” (Webb 1926).
A partir de su experiencia con las encuestas, Beatrice Webb inicia un periodo muy fructífero de estudios sobre las organizaciones obreras, los sindicatos y las asociaciones de trabajadores. De una calidad científica admirable son sus reportes sobre las cooperativas obreras. Demuestra con observaciones minuciosas que las cooperativas de producción están destinadas al fracaso porque están condenadas a repetir rutinas industriales que no admiten innovaciones y a sobreexplotar a los trabajadores para ser rentables. Por el contrario, las cooperativas de consumo tienen mucho futuro porque son organizaciones que siguen el gusto de la clientela y son versátiles en la toma de decisiones. Es así como la autora explica a los poderosos cómo se organizan los trabajadores en asociaciones exitosas.
Por último, dedicamos un breve párrafo a la contribución de Webb al estudio de los obreros en la Unión Soviética. La indagación no está carente de una cierta admiración por lo que estaban concretando los soviets, sin embargo, la autora, a pesar de que reconoce las mejoras en educación y salud, no peca de ingenua. Mantiene siempre una actitud vigilante y no defiende en ningún momento la propaganda soviética según la cual Stalin estaba creando una nueva civilización. Ciertamente reconoce que en la Unión Soviética no había obreros muriendo de hambre como en los países de Europa Occidental, pero el experimento soviético no podía todavía ser evaluado porque tenía muy poco tiempo de existencia. Habremos de esperar 10 años para que Webb vuelva a la Unión Soviética pasada la Primera Guerra Mundial. Ya pudo observar las consecuencias de la tiranía estaliniana. Sus reportes de la época toman cada vez más distancia del entusiasmo que había provocado inicialmente la Revolución Soviética en sus inicios.
13 de septiembre de 2021
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La nueva versión del libro de 2000 está en proceso de dictaminación por Éditions de L’Université de Bruxelles. Si deciden publicar el libro, se los comunicaremos a las amables lector@s de Académic@s Monterrey43. Por lo pronto, que quede constancia de que la sociología “sí tiene madres”.
*Pierre Tripier, profesor emérito de la Universidad de Versailles.
*Víctor Zúñiga, profesor de posgrado, Facultad de Derecho y Criminología, Universidad Autónoma de Nuevo León.
** Todas las imágenes fueron tomadas de Internet. La portada ilustra la Marcha de las mujeres hacia Versalles, en 1789. La acción fue fundamental para la caída de la monarquía francesa.
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